Los Ángeles
es una ciudad con la que tengo una atracción especial. Será en parte porque mi
mejor amiga vive ahí, o porque es una de los lugares que más prejuicios supo
romper en mí y más logró sorprenderme.
Es difícil
desasociar a Los Ángeles de Hollywood y su vida chic en Beverly Hills; quien
pisa por primera vez esta ciudad en el sur de California seguramente pasará
tardes recorriendo el Hall of Fame buscando la mano de su artista preferido, o
intentando hacer alguna compra en Rodeo Drive.
También está la asociación innata que vincula a Los Ángeles con la playa
de Malibu donde supimos pasar tardes enteras gracias a los televisores que
llegaban con Baywatch a nuestras casas.
Sin
embargo, Los Ángeles es mucho más que la ciudad del cine y esconde propuestas
para todos. Al suroeste de la ciudad, se encuentra Venice Beach, uno de los
lugares más hippies de USA, que aún guarda destellos de aquel Woodstock del 69.
Venice es una playa singular que junta a mucho de los personajes más exóticos
con los que me he encontrado. Bordeada por una calle peatonal repleta de
artesanos y artistas vendiendo sus obras, esta parte de la ciudad es la más
colorida y excéntrica.
Unas
cuadras al norte de la playa empiezan a aparecer un sinfín de tiendas vintage
que conjugan vestimenta de los 80, con flippers y flores hawaianas, por ahí
encontras también barcitos muy rockeros que nos recuerdan que por algo Los Ángeles
dió luz a genios como Jim Morrison. Las calles se vuelven más angostas, no hay
edificios altos por Venice, solo casas colgando bicicletas, tablas de surf y
algún oleo a medio terminar. Por la mítica esquina de Venice Boulevard y Abbot
Kinney hay un restaurancito divino, Lemonade, que vende solo productos orgánicos,
se los recomiendo. Los domingos, a esta oferta tan multidisciplinaria, se le
agrega además un mercado de frutas, verduras y comida (allá Farmers Market)
donde se reúnen los locales a comer tirados en el pasto, un crepe a la francesa
y una limonada rosada “homemade”.
Pegadito a
Venice se encuentra Santa Mónica, una playa igual de linda pero bien diferente
a su hermana extravagante. Andar en bicicleta por esa playa tan larga es
programa obligatorio, igual que comer algodón de azúcar en palito antes de subirse
a la rueda gigante del parque de atracciones, sobre el muelle de Santa Mónica,
que parece sacado de una película de los 90.
Las noches de jueves de verano, con ese fondo como escenografía, se
organizan conciertos al aire libre gratis para todos, donde se arman picnincs
enormes entre amigos. Por Santa Mónica Boulevard, su calle más importante, hay
varios barcitos divertidos para comer sobre la vereda mientras te codeas con
los actores más famosos pero esta vez haciendo las compras en los mismos
lugares que tu.
El aire de
California es diferente al del resto de USA. La gente está más distendida y camina descalza con más libertad y
despreocupación. Será que tantos km de playas azules han dejado su fruto.
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