martes, 1 de mayo de 2007
Espiando miradas.
La puerta se abrió lentamente y dejó al descubierto un galpón de altos techos y largas paredes blancas. Baldosas brillantes recubrían un piso limpio, manchado por más de un centenar de zapatos de cuero negro.
Maquinas modernas, uniformes impecables. Mucho silencio, en un entorno que denotaba el ruido parejo y rítmico de una fábrica en funcionamiento.
Éramos más de 500 las que nacíamos hoy. De exacta confección y mismo tamaño, todas nosotras fuimos hechas para matar.
Me encomendaron una misión 3 días después de haber visto la luz por primera vez. Fue en una de las calles más transitadas de la ciudad de Washington, en un piso alto; de donde podía llegar a ver la Casa Blanca. Eran 4 las personas que tenía bajo control.
Fueron largas horas de actividad. Varias técnicas, y una gran destreza en el uso de mi gran habilidad: la de matar la libre naturaleza del hombre y guiarlos en el correcto comportamiento de nuestra sociedad.
Siempre sola, y esforzándome por cumplir con cada una de las indicaciones con las que me instruí en la Sección IV de la Fabrica de Televisiones de Denver.
Cause risas, cause llantos, cause noches de odio y tardes de reflexión en reflexión. Ilumine momentos tristes y entristecí historias con finales no deseados. Fui parte de una novela diaria de rutina cotidiana. Vi entrar, vi salir, vi besar, vi pelear; pero sobre todas las cosas vi un sin fin de miradas perdidas pidiéndome más y más.
Y eso fue lo que hice con ellos por más de 6 años. Les di. Fui su gran mentor.
De chicos les enseñe a comportarse, de jóvenes a respetar las normas sociales, y en la madurez los incité a seguir por el armonioso caminar.
Escucharon de guerras en Oriente, de matanzas indiscriminadas en África, de culturas discriminatorias, de religiones opiosas. Escucharon del mundo como extraterrestres e idolatraron la bandera de su país año tras año.
Instruí en el arte de guiar. De adaptar y de formar un patrón. Les enseñe a vivir mejor, a sentir menos y a pensar sólo en lo que podía afectar de buena manera la sociedad. Les quite la pasión de volar, y transforme sus alas en antenas.
Antenas que, conectadas con cada una de nosotras, mueven las fichas humanas de este ajedrez infinito.
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