domingo, 15 de marzo de 2009
10 dias en el Norte Argentino
Salta fue el perfecto comienzo. Una ciudad tan llena de historia pero a la vez tan cerca del mundo de hoy. Es linda cierto, pero además de linda es rica en cultura y rica en vivencias. Hay muchas cosas para ver y escuchar, y muchos indicios de lo que nos esperaba en este viaje.
De Salta provincia nos quedó mucho por conocer y Cachi fue una buena muestra de todo lo que encierran las tierras salteñas. Para llegar a este pueblito con aires encantadores recorrimos horas de camino entre cerros, desiertos y valles, hasta chocar con casas blancas y calles casi etéreas. Mucha paz desde un cementerio de colores que vigila a lo alto y que parece tener fuerzas que atrapan. Ahí mismo conocimos nuestra amiga cachense, que entre ruinas y crucifijos nos contó la historia de su vida.
Aunque hubiera querido quedarme días enteros en Cachi, esa misma noche tuvimos que volver a Salta, para partir al otro día bien temprano a la divina Purmamarca. Y entramos en tierra Jujeña! O dicho de otra manera, nos alejamos de a poquito de casa.
En general los bondis te dejan en la intersección del camino que va a Purmamarca, por lo que para llegar hay que caminar 3 kilómetros. Se hace desear si, encerrada entre colores, Purmamarca espera la llegada de turistas de manera muy expectante. Entre tantas montañas y cerros, todo parece insignificante. Ahí es que vez realmente el poder de la naturaleza y el respeto que le debemos. En momentos parece que las montañas te hablan, que cambian de color, que se mueven. No somos nada al lado de ellas. O somos todo, porque en ese momento parece que salen a flote sensaciones desde lo más adentro de nosotros.
La plaza de Purmamarca de noche se vistió de música y sus asientos de madera completaban el escenario perfecto para poder absorber el misticismo que dejaban traslucir sus aires ya un poco más densos.
Un paseo casi obligatorio, desde el pueblo de los siete colores es el Salar. Hacia el partimos con hojas de coca salvando nuestra mente de tan poco oxigeno. Entre cerros interminables y vegetación muy cambiante, llegamos a un campo de color blanco perfecto. Una pista de hielo gigante cortada por una ruta que parecía seguir hasta el infinito. Encandilaba el sol que ya a esta hora estaba dejando nuestro hemisferio para esconderse tras tierras norteñas.
Tilcara fue nuestro próximo destino. Un pueblo más grande y por estos días muy poblado. Llegamos a Ticlara a tiempo para ver una de las peregrinaciones más importantes del año. A lo largo del norte, sus habitantes mantienen fuertes creencias religiosas y al ser Semana Santa estas se veían transmitidas a través de varias demostraciones de fé. Ese día, bajarían de la montaña miles de hombres que caminando traerían una virgen que habita a 3000 metros de altura y que baja solamente el Lunes Santo para ser venerada por sus creyentes. Más de 5000 personas, divididos en casi cien bandas de sikuris hicieron temblar los cerros y terminaron rodeando el pueblo con sus vibrantes cantos. Sin duda una de las experiencias más impactantes del viaje.
Iruya era el destino que todas esperábamos y para llegar a él, fuimos hasta Humahuaca. Otro pueblito encantado que rodea un reloj cucú que funciona casi como lo haría en la imaginación. Muchas mujeres coloridas, con sus trenzas negras eternas y sus rostros morenos cargaban sobre su piel mantas, juguetes, comida y todo tipo de objeto que pueda llamar la atención de otros que, como nosotras, nos sentíamos atrapadas por sus miradas tan profundas.
Pero, el norte nos tenía otro plan. Los caminos de Iruya estaban cortados por una lluvia molesta que nos impedía llegar. Así que tuvimos que desviar y en vez de pasar nuestra ultima noche en Iruya, decidimos pasarla en Yavi.
Hacía ahí fuimos. Bien cerquita de la frontera con Bolivia nos esperaba un pueblito de total paz. Muy rustico, con calles intransitadas y casas de barro. Sin turistas, y casi sin habitantes, este pueblito jujeño nos recibió muy bien. Rodeado también por cerros, pero estos más retirados, le daban a Yavi una visibilidad más extensa y verde. El frío en esa época era cortante, y la luna, redonda y gigante calentaba desde lejos un pueblito al que quisiera volver algún otro día.
Yavi fue el perfecto final. Y el norte el perfecto viaje.
Tan cerquita podemos encontrar tanto. Tan cerquita podemos volar tan lejos.
Abril 2009
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