lunes, 7 de septiembre de 2009
Caminando de Morro a Boipeba
Salimos de mañana hacia la isla de Boipeba queriendo recorrer las costas de estas dos islas para delimitar con nuestras patitas este continente isleño.
LA MAREA. Tengo que empezar contando que acá el mar va y viene a la costa dos veces al día. En la mañana, podes caminar de playa en playa por donde en la tarde esta el mar. Hay como 500 mts de arena que queda al desnudo. Es verdad que las playas de esta forma no quedan tan lindas, pero la espera vale la pena.
Deben haber sido dos horas de caminata hasta que nos esperaba sin saberlo una de esas aventuras que llevaba escondido este viaje.
Una vez terminó la playa del encanto, nos encontramos de frente con un bosque y un camino de verdad tenebroso. Pero, ahí paradito entre las palmeras y sin querer nos esperaba Elias.
¿Cómo puedo explicar y describir a este personaje? Un nativo brasilero de 58 años que vive hace 14 en el medio de este bosque entre el camino de Morro a Boipeba, cerca del pueblo de Garopuá. Su casa, entre palmeras, monos y frutos de todo tipo, es una especie de carpa hecha de paja donde entra solo una cama muy precaria. En cuanto llegamos a su territorio, Elias se puso a chiflar y vinieron a él unos monitos "sus amigos" a los que dimos de comer un poco de mango. La parada fue rápida, ibamos rumbo a una canoa que nos llevaría a través del rio a un camino que nos dejaría cerca de Garopúa.
La canoa, una especie de cascara de banana gigante, pero de color celeste. Con un remo dirigido por él desde una de las puntas como buen gondolero. El rio parecía sacado de una pelicula de la jungla, angosto, espeso y muy verde seguro escondía secretos e historias desconocidas. El viaje en lancha duró aprox. 20 minutos.
El puerto al que llegamos, una orilla desierta gris y pantanosa desembocaba en un bosque, esta vez no sólo de palmeras sino que de todo tipo de árboles y colores. Dentro de ese bosque pasamos por varios caminos de agua, barro y cosas extrañas deseando no descubrir los miles de animales que vivirían por ahí y que rozaban nuestros pies descalzos.
Fue 1 hora por el bosque. Estabamos muertas y ya teníamos los pies destruidos, cuando ahí a lo lejos y creyendo que nuestros ojos estaban delirando, apareció el paraiso hecho playa.
Y llegamos a Garopúa.
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